25 feb 2019

Dejé de escribir. Parte 1.


Pasaba las noches escribiendo pensamientos nocturnos que me quitaban el sueño. Mi mente no descansaba de elaborar frases recurrentes que me enloquecían. Una y otra vez cada frase me taladraba y hacía brotar de mí miles de palabras. Las juntaban y salían frases bonitas que copiaban conocidas de la calle para ponerlas en sus tablones. Mi redacción era nefasta, desordenada y sin sentido, pero sin embargo gustaba. Para los demás era extraño escribir sobre sentimientos y vivencias propias, y plasmarlas en un blog. Me hacía ilusión por compartirlo con los demás. Haciendo que otras personas leyesen mis párrafadas sentían que ellos entendían a la Mabi más cercana.


Dejé de escribir cuando ya la vida me iba un poco mejor. Ella me daba un respiro de estar continuamente luchando en mi interior por injusticias y sentimientos encontrados por personas que no deseaba ver o que por el contrario, quería volver a verlas con toda mi alma. Me estaba yendo todo de corrido, de repente la vida se olvidó del freno de mano y apretó el acelerador. Descubrí lo que es poder desarrollarse con una persona que pone empeño en tí, que te respeta y te cuida. Entonces, toda esa amargura encerrada en mi corazón se fue desvaneciendo poco a poco, pero nunca se fue. Las cicatrices por poco que se vean, siempre estarán. Es ésta la verdad más absoluta que uno podría afirmar. El pasado nunca se borrará de nuestras mentes. Por más que lo intentemos siempre saldrá a la luz, pues es parte inherente de nuestra forma de ser.

Ahogar momentos vividos no sirve absolutamente de nada. Sólo sirve para esconder nuestras inseguridades y nuestro dolor en un cajón que un día u otro, tú o otra persona volverá abrir.

Continúe en parte 2.